El camino de quien sigue a Jesús
es estrecho, pero vale la pena.
Es como una vereda del bosque
cuyas señales se pierden entre
la maleza y requiere la
experiencia de un buen scout
para reconocerla.
No es fácil hallar sus pistas.
Son detalles, símbolos que hay
que saber interpretar. A un
caminante descuidado le pasan
fácilmente desapercibidos.
Siempre existe el peligro de
desorientarse, y entonces hay
que corregir la ruta y desandar
lo andado... Elegir la vía
estrecha un día tras otro,
¡cuánta incomprensión nos causa!
Y esto es más evidente porque
cada día nos plantea la
decisión.
En un mundo como el de hoy,
donde la corriente arrastra con
gran fuerza en dirección
opuesta, empeñarse por recorrer
este camino parece cosa de
locos. La alternativa es la
opción mayoritaria: la que
promete el gozo de placeres, el
triunfo humano, el poseer y el
aparecer.
Pese a ello, Jesús no deja de
asistirnos en la elección más
difícil. No nos abandona jamás.
Sufrir en silencio la
injusticia, saber perdonar y no
juzgar nunca; pagar bien por
mal; vivir con generosidad,
colaborando con quienes nos
necesitan y desprendido de las
cosas; todo esto es seguir la
vereda estrecha.
En realidad es imposible
perseverar en ella sino miramos
a Jesús, si su ánimo no nos
sostiene y su presencia y
compañía no nos alienta. Él
mismo es el camino, la puerta
estrecha. No vamos por un camino
más difícil sin sentido y sin
recompensa. Por encima de todas
las dificultades y encrucijadas,
de todas las decisiones y de
toda prueba, sabemos que
encontrándole a Él lo tenemos
todo.