La castidad es una virtud moral.
Es también un don de Dios, una
gracia, un fruto del trabajo
espiritual (Gal 5, 22). El
Espíritu Santo concede, al que
ha sido regenerado por el agua
del bautismo, imitar la pureza
de Cristo (1 Jn 3, 3). Catecismo
de la Iglesia Católica (CIC)
Num. 2345.
La castidad es vista hoy como
principal factor que falta en
las amistades, pues cada vez más
el mundo ha ensuciado, destruido
y distorsionado esta maravilla
creada por el propio Dios, que
es la sana convivencia entre
hombres y mujeres.
“La amistad representa un gran
bien para todos y conduce a la
comunión espiritual.”
Sabemos cuánto la amistad es
importante en nuestra caminata,
la palabra de Dios nos dice: “Un
amigo fiel es una poderosa
protección, quien lo encontró,
descubrió un tesoro.” (Eclo
6,14). Por eso debemos de
valorar nuestras amistades,
cultivarlas y santificarlas.
“Quien teme al Señor, orienta
bien su amistad, como él es, así
será su amigo.” (Eclo 6,17)
Nosotros, los hombres,
necesitamos tener siempre claro
que necesitamos de la amistad
pura y sincera de las mujeres,
eso porque Dios usa de la
presencia femenina para
fecundarnos, para tocar en
muchas potencialidades
masculinas que tenemos, pero que
están escondidas y que, sólo la
presencia femenina en nuestra
vida, es capaz de sacarlas a la
luz. Con esto nos volvemos más
hombres, hombres de Dios.
Lo mismo digo para las mujeres,
pues ellas necesitan de la
presencia masculina en sus vidas
para ser fecundado todo el
potencial femenino que tienen
guardado dentro de ellas, y de
esa manera ser más mujeres,
mujeres de Dios.
“El hombre se vuelve más hombre
por la presencia fecundante de
la mujer. Tú que eres mujer te
vuelves más mujer por la
presencia fecundante del
hombre.” (Monseñor Jonas Abib)
¿Cómo entonces tener una amistad
casta y verdadera? Creo que una
amistad casta sucede a medida
que nosotros, en particular,
sabiendo de nuestras impurezas,
nuestras limitaciones y
debilidades, damos pasos rumbo a
nuestro proceso de cura
interior, hasta que seamos mas
felices, tengamos paz en nuestro
interior para poder dominar
nuestros actos, pues ellos
pueden ser consecuencias de
cosas que no fueron resueltas en
nuestro interior, como heridas
que no fueron sanadas o mal
cicatrizadas.
Haciendo castas nuestras
intenciones, conversaciones,
miradas, abrazos, en fin todo lo
que envuelve una amistad,
seremos más libres, más felices
y, con eso nuestras amistades
tendrán más sabor, pues las
personas que conviven con
nosotros, podrán tocar en la
gracia de la pureza de Cristo
que estará latente en nosotros.