Ustedes que nacieron
de pueblos paganos, acuérdense. Los judíos,
llamados circuncisos por estar marcados en su
carne de mano de hombres, los llamaban a ustedes
incircuncisos. En ese tiempo estaban sin Mesías;
no tenían parte en el pueblo de Israel; no les
correspondían las alianzas de Dios ni sus
promesas; no tenían ni esperanza ni Dios en este
mundo. Pero ahora en Cristo Jesús y por su
sangre, ustedes que estaban lejos, han venido a
estar cerca.
Porque Cristo es nuestra Paz, Él que de los dos
pueblos ha hecho uno solo, destruyendo en su
propia carne el muro, el odio, que los separaba.
Eliminó la Ley con sus preceptos y sus
observancias. Hizo la paz al reunir los dos
pueblos en Él, creando de los dos un solo Hombre
Nuevo. Destruyó el odio y los reconcilió con
Dios, por medio de la cruz, haciendo de los dos
un solo cuerpo.
Vino como evangelizador de la Paz, paz para
ustedes que estaban lejos, paz para los judíos
que estaban cerca. Por Él, en efecto, llegamos
al Padre, los dos pueblos, en un mismo Espíritu.
Así pues, ustedes ya no son extranjeros ni
huéspedes, sino conciudadanos del pueblo de los
santos: ustedes son de la casa de Dios. Ustedes
son la casa, cuyas bases son los apóstoles y los
profetas, y cuya piedra angular es Cristo Jesús.
En Él toda la construcción se ajusta y se alza
para ser un templo santo en el Señor. En Él,
ustedes también están incorporados al edificio
para que Dios habite en ustedes por su
Espíritu. (Ef. 2,11-22).